Pero qué tanto del comic ha usado Guy Ritchie y que tanto se debe al correcto guión de Kieran Mulroney y Michele Mulroney. Si bien esta odisea había empezado en el año 2009, cuando se filmó la primera de las dos entregas de la saga, no parece haber sido hasta ahora, con esta nueva adaptación, que Guy Ritchie ha dado con su Sherlock Holmes; un Holmes extraño, bastante alejado de aquel alto, obstinado y metódico ingles qué todos conocemos.

La relación del detective ingles con su compañero amigo, el doctor Watson sufre también una transformación, siendo pues que Holmes se ha vuelto una versión inestable de sí mismo, ahora es Watson, antes un fiel seguidor y atónito admirador, quien lleva la lógica y la razón de la pareja y se vuelve hasta cierto punto un protector de Holmes, le cuestiona y pone en dudad todos su métodos y motivaciones, con lo cual, sorprendentemente, la dupla funciona.
Tal vez los más severos seguidores de Holmes aborrezcan este cambio tan radical, pero una vez te entregas a la idea, la cinta se deja disfrutar. La razón de que esta entrega sea superior a la anterior radica en el villano que contrarresta la voluntad de Holmes, y a diferencia del anterior su ambición es mayor, global. Su educación y conocimiento es tan vasto que equipara las habilidades de Holmes; Ritchie acierta en hacer a Moriarty la antítesis de sus personaje, es decir, dueño de una frialdad, maldad y seriedad en sus maneras y expresiones que complementa a Holmes y, en ocasiones al mismo director.

Desperdiciada Noomi Rapace, en su primera aparición en Hollywood, Rachel McAdams tan exquisita como siempre deja más huella en diez minutos que ella en todo el resto de la cinta, correcto Paul Anderson y maravilloso Stephen Fry, revelador en su interpretación de Mycroft Holmes, al imprimirle una preferencia homosexual que tal vez sea el mayor y más extraño cambio, aplicado también a la relación de Holmes-Watson sin sutileza alguna, el cual no encuentro necesario para la historia.
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