miércoles, 26 de diciembre de 2012

Holy Motors


 
Antes ya nos hemos topado en este blog con películas desafiantes en cuanto a linealidad argumental y convencionalismos narrativos, como las de Jarmusch, Lynch, ó Von Tier, artistas que priorizan el lenguaje de las formas y los pensamientos interiores al lenguaje de las palabras; sin embargo Holy Motors va más allá, a un punto visceral de belleza monstruosa, inexplicable, ó en todo caso demasiado intrincada para rozar todos sus aspectos.
 
Leos Carax aduce haber hecho un film "privado", pero no en el sentido de no estar hecho para el "publico", sino más bien hecho "sin pensar" en el público, quien será o qué pensará, es más ni siquiera que enseñanza o moraleja les dejará el film. Carax ha hecho como podemos intuir una película ni siquiera para sí mismo, sino más bien para satisfacer y tratar de responder una inquietud, en el sentido que si bien siempre se dice que una película nace de una inquietud del director.
 
Holy Motors proviene de una inquietud intelectual, por tanto usa un método de indagación subyacente casi científico, y digo casi pues su principal motor es la expresión humanista, pero aun así lo utiliza como una herramienta para construir un conocimiento que incluso puede ser negado y refutado, una travesía a través de emociones y pensamientos, difícil de seguir, pero imposible de apartar la mirada. 

Este aspecto puede notarse a priori en el título de la cinta, y también en su aparentemente insospechado final, que evoca a los motores, aquellas maquinas que generan movimiento, a los rotores y los engranajes, que generan la fuerza; Carax se une entonces a la reciente ola de nostalgia que ha traído la era digital, reemplazando a los motores de los proyectores por nada mecánico, sino más bien por la información digital. 

El mismísimo Carax inicia su film, levantándose en pijama, precedido por un corto en blanco y negro que representa el inicio de un acto teatral, como antaño el cine era, de magia y expresionismo; Carax atraviesa una puerta pintada como un bosque de árboles muertos y se introduce en el mismo cine donde empezó la proyección, ahora ocupado por maniquíes sin vida, sentados ordenadamente en las butacas, Carax se revela como sorprendido, aun en pijama, por la aventura que está a punto de presenciar y nos advierte a primeras que él también es un espectador; esta escena es crucial para el film, pues es la primera vez que la aproximación de la pregunta principal que lo mueve se plantea: ¿Esta la belleza en el ojo de quien mira? y si no hubiera nadie mirando, ¿aun así habría belleza?
 
La siguiente cuestión que abarca Holy Motors es la levedad del ser, como un tributo al cine y las artes escénicas, la facilidad de crear personajes, escenarios e incluso vidas, con el simple deseo de observar y ser observado; observar al interior de uno mismo, y ser observado en el devenir de sus pasiones por un espectador invisible. La limosina es usada como un recurso para albergar la esencia del actor, que siempre sufre una crisis de identidad, en ella se protege, se despoja de máscaras y se esconde en otras, pero siempre le es posible identificarse, librarse de todo lo antes vivido y reconocerse libre para volver a ser alguien más. 
 
No les voy a mentir, Holy Motors es recomendable, todo el mundo habla de ella y verla no te dejara indiferente, la odiaras o te gustará, sin embargo no es una obra ni mucho menos fácil, ni algo que le recomendaría a algún familiar o amigo para pasar una relajante tarde, su aproximación debe ser más profunda y por tanto tener la pasión y el deseo de verla y comprometerse con ella. 

El film ha marcado a la crítica, se podría decir también el año. De la retina de los espectadores no se podrán sacar sus escenas bizarras, ni tampoco sus grandes momentos musicales, dos sublimes piezas que irrumpen como refrescante manotazos de divinidad, pues Carax da espacio también a lo estéticamente bello, mientras en sus cavilaciones puede darse el lujo de ser grotesco, en la música, la métrica, la prosodia, el ritmo y la simetría, no le permiten escaparse de lo agradable a los sentidos.
 

Las guerras que se luchan en escenarios virtuales
Uno se debe aproximar a Holy Motors como se aproxima a un experiencia circense, a una serie de performances de tristes payasos, de violentos hombres, de dulces momentos, de extraños monstruos, de bellas mujeres y dulces canciones; como la vida misma Holy Motors es una representación sobre un escenario vasto y casi ilimitado, que como se muestra en la cinta va apareciendo por sobre los pasos del personaje.
 

Lo difícil de hacer un relato es especificar sobre lo que uno va a hablar, en el caso de Holy estos tres o cuatro preceptos identificables no dejan restricciones a más y más temas, con sus diferentes preguntas y respuestas, como la soledad, la muerte, la ira, el amor, el olvido, la familia, los amigos, la guerra, la brutalidad y la sexualidad, entre otros. Carax abarca en cuanto puede todos estos temas, como una gran performance de la vida, se vale de imágenes, situaciones, personajes, diálogos e incluso música. En Holy Motors nada puede tomarse como real, y eso es lo chocante, sus personajes se despojan a puntos vertiginosos de su condición de personas, con apenas pequeñas y tímidas incitaciones que nos recuerdan que los actores pretenden ser personas viviendo estas situaciones. Como una película de sueños que evoca al cine en sí mismo, la máquina de crear sueños. 

Tiempos Modernos de Charles Chaplin
Por tanto el cine no está exento de sus propios espejos, por tanto Carax evoca ecos de otros tiempos a los nuestros, como en el film de Chaplin: “Tiempos Modernos” donde el director desafiaba la maquinización del hombre, acelerado por la revolución industrial, desprovistos de sus humanidad y sensibilidad, atrapado en los engranajes de la maquinaria. Carax sin embargo advierte que su personaje no está como el de Chaplin atrapado por las maquinas, sino es sus propias palabras “por una red invisible”; hoy en día podemos interpretar que la tecnología digital a fraguado una red de dependencia en la que muchos estamos atrapados. Holy Motors evoca el fin de una era, el fin del tiempo de las maquinas visibles, exagerada por el mismo director, en camaras inexistentes y motivaciones vacuas. 
 
Escena final, la maquinaria vuelve a casa.
El final tan hablado de Holy Motors deviene en un reflexión insólita, una reflexión fantástica proveniente de las mismas maquinas, las limosinas, oscultando en las motivaciones de sus amos, de sus conductores, lo seres humanos, esas máquinas sagradas, provistas de la gracia divina de la vida; estas máquinas, las limosinas, otrora inertes, gracias a la magia del cine, tiene la posibilidad de la expresión, el desafío final a la vida y a los conceptos que la encumbran y mistifican. Los motores esperan seguir moviéndose, temen por su desfase y su propia inexistencia, la moraleja flota en el aire para que la belleza o el mensaje no quede solo en los ojos del espectador, sino también en su mente.

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