Antes ya nos hemos topado en este blog con
películas desafiantes en cuanto a linealidad argumental y convencionalismos
narrativos, como las de Jarmusch, Lynch, ó Von Tier, artistas que priorizan el
lenguaje de las formas y los pensamientos interiores al lenguaje de las
palabras; sin embargo Holy Motors va más allá, a un punto visceral de belleza
monstruosa, inexplicable, ó en todo caso demasiado intrincada para rozar todos
sus aspectos.
Leos Carax aduce haber hecho un film
"privado", pero no en el sentido de no estar hecho para el
"publico", sino más bien hecho "sin pensar" en el público,
quien será o qué pensará, es más ni siquiera que enseñanza o moraleja les
dejará el film. Carax ha hecho como podemos intuir una película ni siquiera
para sí mismo, sino más bien para satisfacer y tratar de responder una
inquietud, en el sentido que si bien siempre se dice que una película nace de
una inquietud del director.
Holy Motors proviene de una inquietud
intelectual, por tanto usa un método de indagación subyacente casi científico,
y digo casi pues su principal motor es la expresión humanista, pero aun así lo utiliza
como una herramienta para construir un conocimiento que incluso puede ser
negado y refutado, una travesía a través de emociones y pensamientos, difícil de
seguir, pero imposible de apartar la mirada.
Este aspecto puede notarse a priori en el título
de la cinta, y también en su aparentemente insospechado final, que evoca a los
motores, aquellas maquinas que generan movimiento, a los rotores y los
engranajes, que generan la fuerza; Carax se une entonces a la reciente ola de
nostalgia que ha traído la era digital, reemplazando a los motores de los
proyectores por nada mecánico, sino más bien por la información digital.
El mismísimo Carax inicia su film, levantándose
en pijama, precedido por un corto en blanco y negro que representa el inicio de
un acto teatral, como antaño el cine era, de magia y expresionismo; Carax
atraviesa una puerta pintada como un bosque de árboles muertos y se introduce
en el mismo cine donde empezó la proyección, ahora ocupado por maniquíes sin
vida, sentados ordenadamente en las butacas, Carax se revela como sorprendido,
aun en pijama, por la aventura que está a punto de presenciar y nos advierte a
primeras que él también es un espectador; esta escena es crucial para el film,
pues es la primera vez que la aproximación de la pregunta principal que lo mueve
se plantea: ¿Esta la belleza en el ojo de quien mira? y si no hubiera nadie
mirando, ¿aun así habría belleza?
La siguiente cuestión que abarca Holy Motors es
la levedad del ser, como un tributo al cine y las artes escénicas, la facilidad
de crear personajes, escenarios e incluso vidas, con el simple deseo de
observar y ser observado; observar al interior de uno mismo, y ser observado en
el devenir de sus pasiones por un espectador invisible. La limosina es usada
como un recurso para albergar la esencia del actor, que siempre sufre una
crisis de identidad, en ella se protege, se despoja de máscaras y se esconde en
otras, pero siempre le es posible identificarse, librarse de todo lo antes
vivido y reconocerse libre para volver a ser alguien más.
No les voy a mentir, Holy Motors es recomendable,
todo el mundo habla de ella y verla no te dejara indiferente, la odiaras o te
gustará, sin embargo no es una obra ni mucho menos fácil, ni algo que le recomendaría
a algún familiar o amigo para pasar una relajante tarde, su aproximación debe
ser más profunda y por tanto tener la pasión y el deseo de verla y comprometerse
con ella.
El film ha marcado a la crítica, se podría decir también
el año. De la retina de los espectadores no se podrán sacar sus escenas
bizarras, ni tampoco sus grandes momentos musicales, dos sublimes piezas que
irrumpen como refrescante manotazos de divinidad, pues Carax da espacio también
a lo estéticamente bello, mientras en sus cavilaciones puede darse el lujo de
ser grotesco, en la música, la métrica, la prosodia, el ritmo y la simetría, no
le permiten escaparse de lo agradable a los sentidos.
Las guerras que se luchan en escenarios virtuales |
Lo difícil de hacer un relato es especificar
sobre lo que uno va a hablar, en el caso de Holy estos tres o cuatro preceptos
identificables no dejan restricciones a más y más temas, con sus diferentes
preguntas y respuestas, como la soledad, la muerte, la ira, el amor, el olvido,
la familia, los amigos, la guerra, la brutalidad y la sexualidad, entre otros.
Carax abarca en cuanto puede todos estos temas, como una gran performance de la
vida, se vale de imágenes, situaciones, personajes, diálogos e incluso música.
En Holy Motors nada puede tomarse como real, y eso es lo chocante, sus
personajes se despojan a puntos vertiginosos de su condición de personas, con
apenas pequeñas y tímidas incitaciones que nos recuerdan que los actores
pretenden ser personas viviendo estas situaciones. Como una película de sueños
que evoca al cine en sí mismo, la máquina de crear sueños.
Tiempos Modernos de Charles Chaplin |
Escena final, la maquinaria vuelve a casa. |
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